Deshaciéndose en la boca, aquel té blanco es como una promesa rota, un recuerdo que se disuelve antes de ser olvidado. El verde intenso, con una frescura vibrante, te arrastra al borde del mundo, como una brisa temprana. El negro, oscuro y cargado de secretos que desean siempre ser guardados, se diluye en cada sorbo, deshaciendo la memoria. El oolong, dulce y amargo, se balancea entre los abrazos que el tiempo se niega a soltar. El pu erh, envolvente en tierra e historia, te sumerge en silencios dolorosos. Y las tisanas, frutales o herbales, emergen como susurros de deseos que se deslizan entre los dedos.
Nānia no se limita a un solo sabor; sus hojas, sin distinciones, se entrelazan en cada sorbo, desplegándose como una experiencia sin límites. Momentos construidos entre la suavidad del té blanco y la fuerza del negro, incertidumbre y tranquilidad jugando con las emociones de los toques que Nānia logra manifestar en el oolong y el rooibos. Es una posibilidad indefinida, pura, que tocas y se reinventa, siempre al alcance, pero nunca igual.