Entre los hilos del tiempo, antes de que el cacao se volviera un eco de sí mismo, lo encontramos crudo y virgen. Barras sin domesticar que conservan su esencia, cremas untables que resisten la dulzura artificial, trozos que se disuelven sin presión. Krud Cacao en un 50%, 60%, 70% y más allá: el cacao en su estado más puro, sin azúcar, sin nada que distraiga de su propio camino. Quebrándose entre los dedos y fundiéndose en la boca, deja la sensación de lo antiguo, de lo que no se debe perder.
Aún en la tierra del Soconusco, ofreciendo la sombra seductora del tiempo, lo encontramos prístino y salvaje. Los productores continúan su danza con los árboles, el cacao persiste, ajeno a las prisas del mundo. Sin artificios y siendo solo lo esencial, Krud Cacao se muerde en su 90%, en su 100%, donde el amargor se vuelve un espejo de las cosas que nunca deben cambiar.