Las papilas gustativas participan en pactos tácitos, un acuerdo mutuo entre el mundo y uno mismo, las manos sosteniendo aquella lata desconocida en el instante donde todo hizo sentido. Kombucha Belot despierta la idea y la memoria de un paisaje sin nombre, de aquel recuerdo aún no acontecido. A través del primer sorbo, los sabores galopan, buscando la fuente de aquellos vivos encuentros: el jengibre picante, el maracuyá exótico, el frescor de la yerbabuena y la suavidad de los frutos rojos, colándose entre sombras. Como siempre, Kombucha Belot, en su constante transformación, es el reflejo de lo conocido, aunque difícil de admitir.
Un viento se transforma en tierra, los instantes se alargan, y en aquella lata de Kombucha Belot, todo límite se diluye. Se siente entre la niebla de lo conocido y lo ajeno, entre las voces de los que ya no son extraños. Los sabores de flores delicadas, la frescura natural y la profundidad de sus notas se mezclan en un ritmo que finalmente se reconoce: un juego entre lo extraño y lo familiar, una fiesta de luces en el recuerdo del ahora.