En aquel umbral entre bocados, donde el despertar resuena a mango, fresa, guayaba, jamaica y tamarindo, fruta deshidratada en tiras que encapsula la esencia del sol. Frutique: un vestigio de luz atrapado en la pulpa, el rastro de un verano que se extiende hasta el presente. La dulzura hace que el mundo se contraiga por un segundo, deshaciendo recuerdos en un engaño que dura lo que un parpadeo; luego, el giro de la acidez lame el borde del pensamiento, el picor se clava como un deseo no olvidado.
Es un atajo a lo que casi pasó. Frutique hace que lo que fue permanezca ahí, en su forma más pura, dándonos instantes en el borde de lo que aún podría ser: entre un respiro y un mordisco más, delante de lo que nunca se fue, pero siempre estuvo ahí.