Anunciado al aire, en el filo de la espera, se presentan cosas que despiertan los sentidos. Un trago y todo cambia: la acidez vibrante de la jamaica, la dulzura sigilosa de la guayaba, el vértigo dorado del durazno, manzana verde como un destello fugaz, jengibre como un fuego dormido.
Dominga fermenta a su propio ritmo, respira y se transforma. No es solo sabor, sino lo que queda después, una ligereza que no se apresura y una intensidad que se despliega sin esfuerzo. Inquietante y sutil a la vez, deja su huella sin dejar rastro en el tiempo; convirtiéndolo en el instante exacto en que todo tiene sentido.