Tostado, molido, acariciado por azúcar, por cardamomo, por piloncillo o mezcal espadín. Metiche transforma el grano en arte: desde la tierra, fragmentos de historia y de un idioma ancestral despiertan los sentidos en cada mordida. En flor de naranja, en jengibre confitado, en rosas de Castilla… la tierra oscura donde el cacao duerme se vuelve barra que se quiebra.
Desde el respeto y la osadía, Metiche nace y honra. En cada tableta hay un acto de intención, un homenaje al cacao y a los procesos: a entender el tiempo y el cómo se debe entender. 75%, 68%, 70%… las cifras solo insinúan la profundidad de lo que sucede al probar. Porque hay chocolates que endulzan, y otros —como estos— que revelan.
 
				
 
															 
															 
															