Logística exprés, pero ¿a qué costo?

La logística exprés se ha convertido en uno de los pilares del comercio electrónico moderno. En un mundo donde los consumidores esperan recibir sus pedidos en cuestión de horas, las empresas han respondido con soluciones cada vez más veloces, eficientes y tecnológicamente avanzadas. Sin embargo, esta carrera por la inmediatez tiene un costo oculto: el impacto ambiental y social que genera. Desde el aumento de emisiones contaminantes hasta el uso intensivo de recursos, la logística exprés plantea un dilema ético y operativo que muchas organizaciones apenas comienzan a enfrentar. Esta nota explora las tensiones entre velocidad y sostenibilidad, y cómo el sector logístico puede encontrar un equilibrio más responsable.

La huella ambiental de la inmediatez

La promesa de entregas en 24, 12 o incluso 2 horas ha transformado radicalmente la estructura de las cadenas de suministro. Para cumplir con estos plazos, las empresas deben mantener inventarios distribuidos, operar centros de distribución más cercanos al consumidor y movilizar flotas de transporte constantemente, muchas veces con baja ocupación. Esta fragmentación logística incrementa significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Según un estudio de la Universidad de California, las entregas exprés pueden generar hasta un 30% más de emisiones por paquete en comparación con métodos estándar.

Uno de los principales factores detrás de este aumento es la “última milla”, el tramo final del proceso de entrega. Este segmento representa entre el 40% y el 53% del costo total logístico y es el más contaminante, ya que implica múltiples vehículos recorriendo rutas urbanas con baja eficiencia. En ciudades como Ciudad de México, São Paulo o Bogotá, el crecimiento del ecommerce ha provocado un aumento del 25% en el tráfico de vehículos de reparto en los últimos cinco años, contribuyendo a la congestión y a la mala calidad del aire.

Además, la presión por entregar más rápido ha llevado a prácticas poco sostenibles como el uso excesivo de empaques, la duplicación de rutas por devoluciones frecuentes y la subutilización de la capacidad de carga. Un informe de la consultora McKinsey reveló que el 75% de los consumidores que eligen entregas exprés no tienen una necesidad urgente del producto, lo que sugiere que la velocidad se ha convertido más en un hábito que en una necesidad real. Esta demanda artificial intensifica el uso de recursos y genera un ciclo de consumo acelerado difícil de sostener.

Por otro lado, el impacto ambiental no se limita a las emisiones. La expansión de centros logísticos exprés en zonas periurbanas ha generado presión sobre ecosistemas locales, aumento del consumo energético y conflictos por el uso del suelo. En países como Chile y Colombia, comunidades han protestado por la instalación de hubs logísticos cerca de áreas residenciales, argumentando afectaciones a la salud y al entorno. La velocidad, en este contexto, no solo contamina: también desplaza y fragmenta.

El costo humano de la entrega inmediata

Más allá del impacto ambiental, la logística exprés también plantea desafíos significativos en términos laborales. La necesidad de operar 24/7, cumplir con tiempos de entrega cada vez más ajustados y responder a picos de demanda impredecibles ha generado condiciones de trabajo precarias para muchos repartidores y operarios logísticos. En América Latina, plataformas de entrega rápida como Rappi, Cornershop o Uber Eats han sido objeto de críticas por sus modelos de contratación, que en muchos casos no ofrecen seguridad social, prestaciones ni estabilidad laboral.

Un estudio realizado por la OIT en 2024 reveló que el 62% de los repartidores en plataformas digitales en la región trabaja más de 10 horas diarias, y el 45% no cuenta con seguro médico. Además, el modelo de pago por entrega incentiva la velocidad por encima de la seguridad, lo que ha derivado en un aumento del 18% en accidentes de tránsito relacionados con repartidores en motocicleta o bicicleta en los últimos tres años. La urgencia, en este caso, se traduce en riesgo.

En los centros de distribución, la presión por cumplir con tiempos de procesamiento ultra rápidos también ha generado tensiones. Empresas como Amazon han sido señaladas por imponer métricas de productividad que, según denuncias de trabajadores, resultan inhumanas. En 2023, un informe del sindicato RWDSU en Estados Unidos documentó que los operarios de almacenes exprés realizaban hasta 300 escaneos por hora, con pausas mínimas y vigilancia constante mediante algoritmos. Aunque estas prácticas no son exclusivas de una empresa, reflejan una tendencia preocupante en el sector.

La falta de regulación clara en muchos países ha permitido que estas dinámicas se normalicen. En México, por ejemplo, la legislación laboral aún no contempla de forma específica los derechos de los trabajadores de plataformas digitales, lo que deja a miles de personas en una zona gris legal. Si bien algunas empresas han comenzado a implementar programas de bienestar o seguros voluntarios, estos esfuerzos siguen siendo insuficientes frente a la magnitud del problema.

Además, la cultura del “entrega ya” ha generado una percepción distorsionada del valor del trabajo logístico. Muchos consumidores no son conscientes del esfuerzo humano que implica recibir un paquete en pocas horas, lo que contribuye a la desvalorización del oficio y a la falta de empatía hacia quienes lo realizan. Revertir esta tendencia requiere no solo cambios estructurales, sino también una transformación cultural en torno al consumo.

¿Es posible una logística exprés sostenible?

A pesar de este panorama, existen iniciativas que buscan reconciliar la velocidad con la sostenibilidad. Algunas empresas están apostando por flotas eléctricas para reducir las emisiones en la última milla. DHL, por ejemplo, anunció que para 2030 el 60% de sus vehículos de reparto serán eléctricos, lo que podría reducir sus emisiones de CO₂ en más de 2 millones de toneladas anuales. En México, Estafeta y 99 minutos han comenzado a incorporar unidades eléctricas en zonas urbanas, aunque su adopción aún es limitada por los altos costos y la falta de infraestructura de carga.

Otra estrategia emergente es la consolidación de entregas mediante lockers inteligentes o puntos de recogida. Este modelo permite reducir el número de viajes individuales y optimizar las rutas, disminuyendo el tráfico y las emisiones. En países como Brasil y Argentina, empresas como Mercado Libre y Andreani han implementado redes de lockers en supermercados, estaciones de metro y tiendas de conveniencia, con resultados positivos en eficiencia y satisfacción del cliente.

La inteligencia artificial también juega un papel clave en la optimización de rutas y la predicción de demanda. Plataformas como DispatchTrack o Onfleet utilizan algoritmos que permiten planificar entregas más eficientes, evitando trayectos innecesarios y reduciendo el consumo de combustible. Según un estudio de Accenture, la implementación de IA en la logística puede reducir los costos operativos hasta en un 15% y las emisiones en un 10%, sin afectar los tiempos de entrega.

Sin embargo, más allá de la tecnología, es necesario repensar el modelo de consumo. Algunas marcas están comenzando a ofrecer incentivos para que los clientes elijan opciones de entrega más sostenibles, como plazos más largos o agrupación de pedidos. En Europa, iniciativas como “Entrega Verde” permiten a los usuarios compensar la huella de carbono de sus envíos o donar a proyectos ambientales. Este tipo de enfoques promueve una mayor conciencia y corresponsabilidad entre empresas y consumidores.

Finalmente, los gobiernos también tienen un rol fundamental. La implementación de zonas de bajas emisiones, incentivos fiscales para vehículos eléctricos, regulación laboral para plataformas digitales y políticas de urbanismo logístico son medidas necesarias para equilibrar la balanza entre velocidad y sostenibilidad. En ciudades como Barcelona o Ámsterdam, estas políticas ya están mostrando resultados positivos en términos de calidad del aire y eficiencia operativa.

Conclusión

La logística exprés ha revolucionado la forma en que compramos y consumimos, pero su impacto va mucho más allá de la comodidad del cliente. La velocidad, cuando no se gestiona con responsabilidad, puede generar consecuencias ambientales, sociales y laborales difíciles de revertir. El desafío no es eliminar la entrega rápida, sino transformarla en un modelo más consciente, justo y sostenible. Para lograrlo, se requiere innovación tecnológica, regulación inteligente y, sobre todo, una nueva cultura de consumo que valore tanto la eficiencia como el bienestar colectivo. Porque en la carrera por la inmediatez, lo verdaderamente urgente es cuidar el futuro.

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