¿Y si el e-commerce solo funcionara por suscripción?

Imagina despertar un lunes cualquiera y descubrir que ya no puedes comprar nada en línea sin estar suscrito a una plataforma. No más compras únicas, no más “añadir al carrito y listo”. Todo, desde tus calcetines hasta tu café favorito, requiere una membresía activa. En este universo alternativo, el e-commerce ha evolucionado (¿o involucionado?) hacia un modelo de suscripción obligatoria, donde cada producto o servicio está atado a pagos recurrentes. Aunque suena exagerado, este escenario distópico no está tan lejos de la realidad si consideramos el crecimiento exponencial de los modelos de suscripción en los últimos años. ¿Cómo cambiaría el consumo? ¿Qué pasaría con la libertad de elección? ¿Y qué implicaciones tendría para las empresas, los consumidores y el planeta?

La economía de la membresía: entre comodidad y saturación

El modelo de suscripción ha ganado terreno en casi todos los sectores. Desde el entretenimiento (Netflix, Spotify) hasta productos de consumo como café, cosméticos o alimentos para mascotas, las suscripciones ofrecen comodidad, personalización y una experiencia continua. En México, el e-commerce por suscripción representó más de 114 mil millones de pesos en 2022, con un crecimiento del 23% respecto al año anterior. Se estima que para 2026 esta cifra podría duplicarse, alcanzando los 220 mil millones de pesos. Este auge responde a una lógica clara: las empresas obtienen ingresos recurrentes y predecibles, mientras que los consumidores disfrutan de entregas automáticas y descuentos exclusivos.

Pero ¿qué pasaría si este modelo dejara de ser opcional? En un mundo donde todo e-commerce requiere suscripción, los consumidores se verían obligados a gestionar múltiples membresías para acceder a productos básicos. Comprar papel higiénico implicaría elegir entre planes mensuales, trimestrales o anuales, con diferentes niveles de entrega y beneficios. Las plataformas competirían no solo por precio, sino por la experiencia de suscripción: acceso anticipado a lanzamientos, contenido exclusivo, puntos de fidelidad o incluso “paquetes sorpresa”. La gamificación del consumo se volvería norma.

Sin embargo, esta abundancia de membresías también traería saturación. Según un estudio de Deloitte, el 47% de los consumidores ya siente que tiene demasiadas suscripciones activas. En un escenario obligatorio, esta cifra se dispararía, generando fatiga de suscripción. Los usuarios pasarían más tiempo gestionando sus membresías que disfrutando de los productos. Aplicaciones para centralizar, comparar y cancelar suscripciones se volverían esenciales, y surgiría un nuevo perfil profesional: el “gestor de membresías personales”.

Además, el acceso al consumo se volvería más desigual. Las personas con menor poder adquisitivo podrían quedar excluidas de ciertos productos si no pueden pagar la tarifa mensual. Esto abriría la puerta a modelos freemium, donde los usuarios acceden a productos básicos con publicidad o entregas más lentas, mientras que los suscriptores premium disfrutan de beneficios exclusivos. La brecha entre consumidores “libres” y “suscritos” se convertiría en una nueva forma de segmentación social.

El consumidor atrapado: decisiones automatizadas y libertad limitada

Uno de los principales atractivos del e-commerce por suscripción es la automatización. No tener que pensar en cuándo comprar shampoo o café suena conveniente. Pero en un mundo donde todo está automatizado, el consumidor podría perder el control sobre sus decisiones. Las plataformas utilizarían algoritmos para predecir tus necesidades, ajustar tus entregas y sugerirte productos complementarios. Si bien esto optimiza la experiencia, también reduce la agencia del usuario.

En este escenario, los algoritmos sabrían más de ti que tú mismo. Basados en tu historial de consumo, hábitos de navegación y datos biométricos (sí, en este futuro distópico también hay wearables que miden tu nivel de cafeína), las plataformas ajustarían tus suscripciones sin que lo notes. ¿Te estás quedando sin energía? Recibes una caja con snacks energéticos. ¿Dormiste mal? Te llega una suscripción a una app de meditación. La personalización se convierte en predestinación.

Además, la cancelación de suscripciones se volvería un laberinto. Las empresas diseñarían procesos complejos para retener a los usuarios: llamadas con agentes, formularios extensos, penalizaciones por cancelación anticipada. Según un estudio de McKinsey, el 40% de los consumidores que cancelan una suscripción lo hacen por frustración con el servicio, no por falta de interés. En este mundo, cancelar sería casi un acto de rebeldía.

La publicidad también cambiaría. En lugar de anuncios para convencerte de comprar, veríamos campañas para convencerte de suscribirte. Las marcas competirían por tu lealtad mensual, no por una venta única. Esto podría generar una sobrecarga de marketing emocional, donde cada producto promete “acompañarte en tu vida” o “ser parte de tu rutina”. El consumo se volvería una relación a largo plazo, con todo lo que eso implica: compromiso, expectativas y, por supuesto, rupturas.

Por otro lado, surgirían nuevas formas de resistencia. Comunidades de “consumo libre” promoverían el intercambio, la compra puntual y el uso compartido. Plataformas descentralizadas permitirían adquirir productos sin membresía, aunque con menos beneficios. Incluso podrían aparecer “hackers de suscripciones” que desbloquean acceso a productos sin pagar. En este contexto, la libertad de consumo se convertiría en un acto contracultural.

Impacto en las empresas y el planeta: ¿más eficiencia o más desperdicio?

Desde el punto de vista empresarial, un modelo de e-commerce por suscripción obligatoria ofrece ventajas claras: ingresos estables, mejor planificación de inventarios y mayor fidelización. Las marcas podrían prever la demanda con mayor precisión, reducir costos logísticos y diseñar productos adaptados a ciclos de consumo. Además, la relación continua con el cliente permitiría recopilar datos valiosos para mejorar la experiencia y lanzar nuevos productos.

Sin embargo, también existen riesgos. La presión por mantener la suscripción activa podría llevar a prácticas poco sostenibles, como el envío de productos innecesarios o la creación de “cajas sorpresa” que no siempre son útiles. Esto aumentaría el desperdicio y la huella ambiental del e-commerce. Según la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU., el embalaje representa cerca del 30% de los residuos sólidos urbanos. En un mundo de entregas recurrentes, esta cifra podría duplicarse.

Además, la logística se volvería más compleja. Las empresas tendrían que gestionar millones de entregas periódicas, adaptadas a las preferencias individuales de cada usuario. Esto implicaría más vehículos en circulación, más emisiones y más consumo energético. Aunque algunas marcas podrían optar por soluciones sostenibles —como empaques reutilizables o entregas agrupadas—, la presión por cumplir con los plazos y mantener la satisfacción del cliente podría priorizar la velocidad sobre la sostenibilidad.

También habría implicaciones fiscales y regulatorias. ¿Cómo se gravan las suscripciones obligatorias? ¿Qué derechos tiene el consumidor ante un servicio que no puede cancelar fácilmente? ¿Cómo se protege la privacidad en un entorno donde cada compra está ligada a un perfil digital? Los gobiernos tendrían que adaptar sus marcos legales para equilibrar innovación, competencia y protección al consumidor.

Finalmente, este modelo podría cambiar la forma en que las personas se relacionan con los objetos. En lugar de comprar por necesidad o deseo, consumiríamos por hábito o por obligación. La experiencia de compra perdería su carácter espontáneo y se volvería una rutina automatizada. Esto podría reducir la satisfacción del consumidor y generar una sensación de alienación. En lugar de elegir lo que queremos, recibiríamos lo que el algoritmo decide.

Conclusión

Un mundo donde el e-commerce funciona solo por suscripción obligatoria puede parecer exagerado, pero no está tan lejos de algunas tendencias actuales. Aunque ofrece ventajas en términos de comodidad y eficiencia, también plantea desafíos éticos, sociales y ambientales que no deben ignorarse. La clave está en encontrar un equilibrio entre automatización y libertad, entre personalización y control, entre eficiencia y sostenibilidad. Porque al final, el verdadero valor del consumo no está en la recurrencia, sino en la elección. Y en este escenario distópico, recuperar esa elección podría ser el acto más revolucionario de todos.

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