Hay días que rasgan. La ciudad te deja vacía, el tiempo se amontona en la piel y solo queda ese pequeño respiro que te regala la llama. Enciendes una vela, su luz tímida empieza a colarse en la oscuridad, como un susurro que promete calma. La fragancia de Incandescente se instala poco a poco, como un pensamiento que no quiere irse: café, mandarina o lavanda, transformando el espacio en algo más cálido, más tuyo.
El resplandor de la vela, suave pero firme, hace que la luz de la ciudad se desvanezca. La fragancia de se cuela por cada rincón, te envuelve y te entrega un pequeño refugio. El ruido se apaga, las expectativas se desvanecen. Y en ese instante, la llama de Incandescente y tu respiración se hacen una, como si todo lo que fue y lo que pudo haber sido se disolviera en ese momento.