Es fuego, es roce, es golpe. Ese ardor que solo los chiles saben provocar. Salsa, sí, pero no cualquiera; la cruda mezcla de lo auténtico se infiltra a través de suaves impactos donde las papilas gustativas abrazan lo inesperado. Morita, pasilla, chipotle, árbol y cacahuate, todos con sus ecos propios, provenientes de tierras olvidadas, entre la brutalidad de su dulzura, en su furia.
Baila entre lo dulce y lo amargo, lo que calma y lo que raspa, llamándote a ser probado. A dejar que se derrame, que te queme cada ingrediente que brinda el México crudo, igualmente difícil de ignorar. Te llama a probar, a sentir algo indefinido, en cada poro, en cada bocado.
Estas salsas no son las que buscan reinventar. Son las que cuentan historias de tradición, de lo que se quedó en aquellos rincones familiares, esperando ser redescubiertos en las cocinas por aquellos que se atreven a conocerlos. Corazón de Valle te da el deseo de sentir lo crudo, lo genuino, lo que siempre estuvo ahí.